"DESENAMORADA DE UN PSICÓPATA"
¡Era tan especial, inteligente, seductor y persuasivo...!
Hombre libre, sobre el que pesaban los componentes de su personalidad, muy dañada por una infancia de malos tratos físicos y psíquicos, en la que la indiferencia de su madre y las agresivas borracheras de su padrastro, le llevaron a ingresar voluntariamente, antes de cumplir los dieciocho años, en un internado militar, con el fin de huir de aquel tormentoso hogar.
Allí fue adiestrado muy severamente, teniendo que realizar pruebas de resistencia extremadamente duras, de las que saldría victorioso para ser cualificado como alto mando, y tener a su cargo a otros hombres en misiones, digamos, muy especiales, en las que ayudaría a terceros seres en extremas situaciones, en los países que se les requiriera.
Durante todos aquellos años de ejecución de su profesión, entre permisos de descanso, idas y venidas por esos países, fue dejando una estela de cariños rotos y abandonos de otras vidas engendradas, confundiendo, ya por entonces, el valor y significado del “buen amor”, perdiéndose así la más grande de las maravillas de la vida: Vidas de su vida, creciendo.
Éste ser, de cualidades humanas e inteligencia singulares, acostumbrado a sobrevivir en situaciones límite, al cambiar su uniforme definitivamente para incorporarse a la vida civil, no pudo zafarse de la psicopatía que desde su más tierna edad, arrastraba.
Una primavera, la casualidad o el destino quiso que ellos dos contactaran. Desde entonces mantenían diarias y largas charlas. Ella cada día le admiraba más y sentía que irremediablemente se estaba enamorando de aquel hombre tan seductor y especial, el cuál un día le preguntó si ella estaba dispuesta a llegar... ‘hasta el final’, a lo que ella le respondió afirmativamente, porque sentía que ambos estaban predestinados -horrible palabra- a encontrarse, a pesar del ‘destiempo’.
Lo que en su corazón estaba creciendo,
ya nadie lo podía parar,
él la confesaba su amor eterno,
y ella sentía que le empezaba a amar.
A comienzo de aquel verano, concertaron una cita en la ciudad que ella residía.
Aquel encuentro fue para ella lo más glorioso que nunca vivió, que nunca sintió, que nunca creyó vivir ni viviría.
La mirada de su amado parecía traspasar las fronteras de lo natural y lo humano, pues la mujer sentía que miraba dentro de su alma y adivinaba hasta sus más íntimos pensamientos.
Pronto él sugirió que renunciara a su marido con las consecuencias que ello traería, y se fuera a trabajar con él, para él, prometiéndola viajar a países tropicales donde poseía alguna antigua propiedad.
Ella estaba ‘ciega’ de amor.
Tres meses habían transcurrido desde que se conocieron, y ya estaban haciendo planes de convivencia.
La relación iba a velocidad de vértigo.
Al principio ella no se daba cuenta de que todo eran promesas de cosas y actos por las que él nunca luchaba, siempre era ella la que se enfrentaba a las dificultades: localización, entrevistas y citas para hallar vivienda apropiada para los tres (él con su perro, y ella), a las que acudía sola. Alguna visita al abogado que tramitaba la separación de ella. Ir a bancos; a agencias para gestionar algo que a él ‘le resultaba molesto’... etc., etc.
Así actúan los psicópatas: van captando las cualidades, conocimientos y características de las parejas que eligen y las usan. Pero ella no se daba cuenta, estaba muy enamorada. La red de telaraña se iba extendiendo, al tiempo que el comportamiento de él empezaba a 'desentonar' con la armonía que parecía tener la pareja al principio de la relación.
Ella siempre lo disculpaba, una y otra vez buscaba ‘una razón’ para justificarle..., ¡le amaba tanto!
Pasaron algunos meses.
Ya le empezaba a pesar tanto sufrimiento inútil.
En la balanza comenzaba a haber más ratos malos que buenos; más días de lágrimas que sin ellas... Ella no entendía así el amor.
La autoestima sublime de él, su impulsividad, su frialdad extrema en muchas circunstancias, pero sobre todo -ella recordaba- cuando alguna vez, en momento íntimo, la hizo llorar amargamente mientras él permanecía viéndola y oyéndola indolente, sin moverse, sin importarle en absoluto, sabedor de ser él el provocador de aquella situación, de aquella ofensa, sobrepasando lo soportable para un alma enamorada que se entregaba sólo a él.
Los psicópatas no sienten la más mínima preocupación por el daño o el dolor que causan cuando descalifican o elucubran traiciones inexistentes hacia ellos.
Estos seres hacen expertas declaraciones de amor con el objetivo de obtener un bien deseado, y son incapaces de manifestar sentimientos de culpa, siempre son los demás los culpables. Se especializan en prometer -hipócritamente- y enmendar su comportamiento, si son descubiertos en mentiras.Ella le descubrió en alguna firme negación, como por ejemplo: un día le sorprendió con un cigarrillo encendido entre sus dedos, cuando él la había prometido que no fumaba desde hacía años, por bien de su crónica enfermedad.
Cada vez que no cumplía lo que prometía, de una forma u otra, siempre lo justificaba acusando a 'terceros' de ser el motivo o la causa.
Los psicópatas, sabedores de su alta inteligencia, desprecian ostensiblemente a sus presas.
Estas personas insisten en obtener apoyo y comprensión incondicional, siendo incapaces de mantener una linealidad en sus manifestaciones. Les gusta y necesitan, controlar. Y por lo general, los amigos les duran poco, pues terminan por alejarse, cansados de tanta sospecha sin fundamento, y tanta ‘observación’.
Él estaba en esa fase de destrucción de la personalidad de ella, la cuál ya había entrado en el círculo de despreciar a algún familiar, a desprenderse de todas sus amistades, incluso de las más lejanas, las cuales hacía años que no veía.
Una simple llamada telefónica, un simple mensaje a su móvil, era el detonante de una agresividad verbal sin igual.
Todo le estorbaba, todo le parecía ‘sospechoso’ de traición. ¡Fantasmas en su enferma mente!
Aún así, los trámites de separación estaban en marcha, ella lo iba a dejar todo por él.
Pero un día de almuerzo compartido en un elegante restaurante, ella, tras una concienzuda meditación, decidió decirle que ya no podía más, y le planteó detenerlo todo y dejar el proyecto de una vida en común.
Él no pudo soportar que alguien le negara lo que tenía proyectado, y mucho menos que una mujer le dejara plantado; así que, mientras ella se levantó para ir al aseo a enjugar sus lágrimas, él se apresuró a pagar la cuenta y se fue del restaurante, dejándola sola, sin un adiós, sin una explicación.
Así fue que, cuando ella regresó del aseo y se dirigió hacia la mesa, vio la silla vacía..., él ya no estaba. Extrañada le preguntó al metre, el cuál ya les conocía por la asiduidad de la pareja, y éste le respondió con una mirada de infinita compasión, que ‘el señor había pagado y se había ido’...
De inmediato, comprendió que la bajeza y cobardía humana tenía nombre y apellido, y ella los conocía: su dueño hacía unos instantes acababa de salir por la puerta de aquel restaurante.
Desolada, bajó las escaleras lenta, muy lentamente, y se dirigió hacia la salida con la voz muda y los ojos húmedos, buscando sin ver, el umbral de la puerta, cuando el metre, que no la perdía de vista, corrió a su lado preguntándole si se encontraba bien o le pedía un taxi, intuyendo la razón de aquel panorama tan desolador en medio de tanta ajena armonía. Ella le negó con la cabeza, y una vez en la acera de la calle, se detuvo tratando de entender lo que pasó. Creyó que, a pesar de todo, debía hacer una última llamada: sacó su móvil del bolso y le llamó. Después de varios tonos, y cuando ella ya iba a cortar la llamada, la voz de él, más fría que nunca, se oyó al otro lado: ‘¿Qué quieres?’, a lo que ella le respondió: “¿Dónde estás?”... ¡Él estaba subido en un taxi para irse sin una despedida!
Tiempo hace de aquel adiós que él nunca dio, pero ella, valiente… ¡sí se atrevió!
Con los años, ella se desenamoró.
Geles Calderón
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